Cuando se habla
de la sociedad se habla, por extensión, de lo que el periodismo ha producido en
ella, pues éste, al registrarla, al reflejarla, termina por dibujar sus
contornos y los de los acontecimientos presentes y futuros, pues es debido a la
información que el periodismo difunde que la gran mayoría de las personas toma
una posición definida frente a los acontecimientos, los grupos y las personas.
Según esto, se
hace imprescindible hablar de la ética del periodista; es decir, de su
responsabilidad y de los principios con los que se supone que ha de actuar para
no afectar negativamente el curso de los acontecimientos que narra; no
obstante, esto no siempre ocurre.
El periodismo se
ha ido convirtiendo en una forma aparentemente transparente de escalar
posiciones en la sociedad, de manipular situaciones y de alcanzar fines no
siempre benéficos para la sociedad, los hombres y el mundo (claro está que lo
anterior también depende de las leyes que, en cada país, regulan a los medios
de comunicación).
Tanto el
periodismo como los medios de comunicación cumplen un papel fundamental, pues
es por intermedio de ellos que conocemos los hechos; de lo que se puede
concluir que, puesto que lo que ellos digan, expresen o informen es lo que, al
final, conocemos, es evidente que de su veracidad, transparencia y honestidad
depende que el mundo que nos muestran sea el verdadero.
En lo sucesivo,
la competencia por la información será más abierta, y de ninguna manera estará
restringida a la participación de periodistas, profesionales de la información
y medios de difusión masiva. Hay quienes sostienen que el nuevo sistema de
competencia informativa terminará por desplazar a los periodistas
profesionales. Nosotros francamente lo dudamos. El periodista –afirma
atinadamente Carlos Fuentes-: “es factor indispensable para que los hombres y
las mujeres, bien informados, actúen política, social y personalmente para
mejorar su entorno”.
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